sábado, 3 de abril de 2010

PETRUS EN PETRA











En el hotel mochilero de al lado me hacen hueco en un dormitorio por 8 dinares y el sitio me encanta porque el hotel de anoche era soso y lujoso pero no había más opciones al llegar; y aquí se respira buen rollito viajero.
Salgo cargado de agua y fruta caminando hasta Petra, la maravillosa ciudad nabatea perdida en el tiempo y redescubierta en 1850 por un suizo que paseaba por aquí. Saco la entrada para venir dos días y me adentro por el desfiladero. Resuenan los cascos de los caballos entre las paredes rocosas. A pesar del turismo esto es fabuloso. Uno se puede imaginar a los antiguos habitantes por aquí con sus ropas, lenguas, ritos y estatuas...el lugar te transporta a lejanas épocas. Camino poco a poco, sin prisa pero sin pausa, y aun así termino el día reventado; me duelen los gemelos y he bebido todo el agua que llevaba. Hay mucho que ver y explorar. Subo a los miradores del desierto y el silencio desde lo alto es total. Atardece y la luz da nuevos colores a las piedras. Ahora todo es rosaceo y cobra una mágia diferente. Salgo de noche de la ciudad enrocada y camino de vuelta los tres kms por el asfalto hasta el hotel. Me derrumbo en la cama tras la ducha y luego Gail, la mánager del hotelillo me regala la noche en la habitación individual que tengo reservada para mañana porque ha habido una cancelación y está vacía. Qué tía más maja!!! El hotel se llama Saba'a y esta en Wadi(desierto)Musa. Es barato y está bien atendido. Recomiendo.
El segundo día siento los gemelos cargados y me lo tomo tranqui; ya sé lo que me falta de ver. Voy menos cargado de cosas innecesarias y descanso a la sombra dentro de los templos excavados. Me gustan y siguen flipando los camellos. Me parecen de otra galaxia, de ciencia ficción, de película de Spielberg, de verdad. Como de ficción me parecen dos parejas de horteras de mediana edad: ellas con taconazos y bolsos plasticosos acharolados y ellos con sus máquinas de filmar que sujetan como pistolas con sus cuellos cortos, sus pescuezos, rodeados de cadenonas de oro.
Unos niños vendedores de postales flipan con mi catalejo. Cuando yo era pequeño flipaba también. Lo miran de lejos y de cerca y se mueren de la risa; saludan a su madre que se halla bajo una jarapa sujeta por cañas como si ella estuviera realmente cerca, y luego dan la vuelta al chisme y estiran los labios cerrados hacia afuera como si así llegaran con ellos a tan larga distancia para darla un beso. ¡Qué majos los desarrapados!



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