jueves, 8 de abril de 2010

EN LA AZOTEA DE DAMASCO

Me despierto al descubierto en la azotea con otras 15 personas más, todos mochileros. Corre el aire. Pagamos 5 euros con desayuno incluido en este soberano palacio de suelos de mármol,  patio con fuente central y arcos abovedados. Es precioso y me quedaría a vivir aquí. Dicen que es de los mejores del mundo en su categoría y precio. Damasco promete, no tiene nada que ver con la mezcla pegajosa entre Marruecos y la India que es Egipto. Aquí la gente no da la chapa sino que se asombra y se saca fotos contigo y son amables. Todo está limpio en las calles.


Hoy me voy al sur a pasar el día a Bosra con una inglesa que se llama Susan y  con Cris, un germano veinteañero que se suma a la fiesta. Salimos a la autopista a hacer dedo y creamos un atasco fenomenal. En Damasco hay 40.000 taxis y parece que todos han venido a parar aquí, nos han olfateado.  Afortunadamente hay un taxista que es de Bosra y nos hace precio porque así puede ver a su madre y a su familia. Nos va a salir más caro que a dedo pero como somos tres...El viaje dura casi tres horas sin nada destacable en el paisaje. Al llegar, el taxista se detiene en su casa. Nos invita a pasar y nos presenta a toda su familia. Nos sacan café en las mejores tazas, dulces de dátil y pistacho, zumos frescos de naranja, mas café en una vajilla diferente. Nos enseña toda la casa, incluida la habitación de su madre. Todo está impoluto y se ve que se trata de una familia acomodada. En un gran salón ceremonial tienen mobiliario de lujo valorado en miles de dolares. Nos acribillamos a fotos mutuamente y pasamos una hora divertidísima sin entender ni papa a base de señas y sonrisas. Llama por teléfono hasta su hermano dentista desde Dubai para hablar con Cris y luego con su hijo Nasser y su esposa a continuación. Todo es felicidad...
Luego entramos en el anfiteatro romano mejor conservado del mundo al que solo le faltan los actores, y me paso la tarde investigando por todos lados porque no hay restricciones. Es precioso y monumental, antiguo pero nada ruinoso.
En la ciudad arruinada, entre las columnas y los capiteles dispersos, habitan los lugareños. Uno con traje blanco de jeque nos lleva a su huerta y nos invita a un té. Me mete en la boca con sus gruesos dedazos un manojo de menta para que rumie mientras se muere de la risa. Vemos su casa llena de corazones que es de lo mas Kistch, humilde pero limpisima.




Al volver a Damasco le quiero dar a Naseem una propina pero se niega en redondo a aceptarla; ya somos amigos, hermanos. Nos damos los teléfonos.
Para poner la guinda al día cenamos en un palacio con un servicio de camareros dignamente uniformados propio de sultanes. La comida es barata y las raciones desbordan el plato, el menú variado. Que maravilla de lugar el "Yabri House", el el barrio viejo de Damasco. Ya encontré mi lugar favorito. 


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