miércoles, 14 de abril de 2010

DIAS EN DAMASCO


Lo de dormir en una azotea de Damasco es toda una experiencia. El desayuno lo tomamos abajo, en el patio sombreado por los arboles y las enredaderas oyendo en silencio el agua cantarina de la hermosa fuente central. Camino por el maravilloso y extenso zoco que está protegido del sol por una cubierta de chapa que hace de boveda y me dejo arrastrar por la gente, los aromas, los colores y los sonidos. Tiene una amplia calle central llena de puestos, parecida a un túnel ancho y alto, a un árbol que se bifurca en numerosos ramales por los que perderse sin miedo. Es por ello que no crea angustia caminar por aquí. Los comerciantes son respetuosos y no agobian. Todas las calles del zoco están limpias y siempre veo a alguien que está barriendo. La calle principal desemboca en la gran mezquita Ummayad. Dentro de ella paseo descalzo sintiendo el suelo fresquito de mármol del gran patio en los pies. Entro en la mezquita y me siento a observar desde la mullida e inmensa alfombra que lo cubre todo a los hombres y las mujeres que se mueven por zonas separadas. Hay una gran devoción. Un hombre rodeado de peregrinos entona una especie de canto que transmite un gran dolor y una gran pena. Hombres y mujeres agrupados ante él sollozan, quizás recordando a quienes se fueron al paraíso o a los mártires que murieron por el señor o al sufrimiento cotidiano de las vidas.
Encuentro el Yabri House, palacio construido en 1750, entre la callejuelas recónditas. Este lugar se ha convertido en mi segunda casa. Aquí disfruto del ambiente y la comida. Los camarero

s me asan a preguntas; siempre quieren hablar y contarme cómo uno se rompió la rodilla jugando al fútbol o cómo otro tiene familia en Daweda...Son unos cachondos y se pegan por salir en la fotos. Aquí paso las horas oliendo el aroma de los narguiles, contemplando la animación de las mesas, el danzar de los camareros uniformados con las bandejas por el aire danzando como derviches.
Tengo días fotográficos como hacia tiempo. Charlo con un profe de filosofía que trabaja, ya ves tu,  desatascando arquetas en la calle cuando acaba sus clases en la escuela secundaria. Compro en una tienda que posee menos libros que mi estantería de casa, una primera edición de 1945 de la obra del gran John Steinbeck "Cannery Row", editada por Viking, en tapa dura y estupendo estado por solo tres euros...No puedo estar más contento. Es la única compra que hago en Damasco a pesar de las tentaciones.


Cuando regreso aparece un hombre barbado que se me echa encima, me abraza efusivamente y me da dos besos con sus barbas rojas. Le brillan los ojos de felicidad. Desaparece por una callejuela adyacente: el loco, el profeta, el iluminado...




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