jueves, 10 de febrero de 2011

PALIZA EN EL BUS DE GOKARNA A HAMPI

Me han maniatado con cuerdas y arrojado del autobús  Durante 10 horas he sido arrastrado por esta diligencia por las carreteras en mitad de la noche, como en las películas del salvaje Oeste, recibiendo el castigo por todo el cuerpo para llegar a Hampi. No sabia que la tortura iba a ser de tal intensidad. La litera es estrecha y la comparto con un oriental que al menos no se mueve mucho. Los bandazos del autobús son considerables. Afuera no se ve nada, pero uno siente que esta siendo conducido por una pista salvaje llena de tropiezos y badenes tipo Rally de los Faraones. Se que no voy a pegar ojo y con ese pensamiento claudicatorio me consuelo agarrado a una barra de hierro para no caerme. El autobús cuesta 700 rupias y va lleno de mochileros pacíficos o sedados, hechos de esa pasta sufridora y complaciente, vacuna y bobuna; con la estúpida resignación de verse en la aventura de la vida desde que dejaron Kentucky. Los chirridos del diablo sobre ruedas y los frenazos a destiempo ofrecen poco consuelo y escasa confianza en llegar a salvo. Pero unas luces alboreantes comienzan a iluminar el umbral del nuevo día  La carretera se mueve en suaves curvas con seres renacidos de la noche por las aceras, y ganado cornamentado tirando de carromatos cargados. La luz va ganando la partida a las tinieblas y las bocinas y el caos a la paz de la noche.
A eso de las 8.30 llegamos a Hampi y enseguida salgo a pie huyendo de los







caza clientes allí arremolinados hacia la barca que cruza el río  Al otro lado esta la salvación y el descanso. El río es manso y recorre su curso ancestral entre pedruscos redondeados de granito y ruinas de templos donde los indios se sumergen en los baños mañaneros para purificarse y alabar la gracia de vivir un nuevo día.
Parece ser que este sitio me va a gustar...cuando descanse.

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