martes, 1 de febrero de 2011

ADELANTE GOKARNA



A las 7.30 de la mañana una cabecilla india asoma por la ventana: es Raul, el encargado de "Om Ganesh", que sonriendo se ofrece a llevarme en su moto hasta Panjim. Aturdido por el sueño tengo el tiempo justo de empacar las mochilas y salir pitando dejándole mis zapatos y algunas ropas de regalo. Subimos como podemos en el scooter y nos lanzamos por las vertiginosas callejuelas de Aramból esquivando perros, vacas y trastos motorizados con bocina. Conducimos durante más de una hora a buen ritmo hasta que, finalmente, me apea en la estación de autobuses para que tome el que lleva a Margao. Gracias a ese insospechado favor me he librado de una buena paliza de buses locales y taxis, y de una considerable cantidad de tiempo y dinero. Gracias Raul.
El billete a Margao cuesta 26 rupias y son 27 kilómetros  De alli un ricksaw por 60 a la estación de tren, y luego un billete sencillo de tren por 20 rupias en dirección Gokarna, mi destino final.
Un Basilio se me aparece contándome en español que trabajó en Zaragoza 5 años y que no puede volver por cosa de los papeles. Le doy 50 rupias y sale corriendo saltando los andenes de la estación para llamar a su casa en Bengala por que eso es lo que más necesita. Luego de dos horas aparece ufano de nuevo dándome las gracias de corazón. Me creo su historia. Por fin llega mi tren...
El tren es una lata repletita de gente diversa, colorida y animada: vendedores, pedigüeños  revisores... Y en el techo ventiladores mugrientos que dan aire y miedo. Tres horas y media después llegamos a la parada de Gokarna tras haber devorado 300 kilómetros de paisaje palmerícola, frondoso y acuático, a veces siguiendo la costa. Me subo en un micro-bus que cuesta 25 rupias evitando las sanguijuelas de los ricksaws y sus dentelladas. Aun así tengo que compartir uno con un francés para que nos acerque hasta la playa de Kutle y pagar 60 rupias más, lo que me parece una estafa comparando el trayecto con los otros que he tenido que hacer durante el día de hoy. Ya esta atardeciendo y estoy bastante cansado de tanto trajín. Me acomodo con Ana y Paquito, una pareja de Huesca con quienes acabo de compartir el taxi, y en un café playero repongo fuerzas a base de zumos. Desde allí vemos el sol poniéndose sin haber, todavía,





 encontrado alojamiento. Pero da igual; estamos en una playa estupenda que promete traer buenos ratos y en la que adivino buenos recuerdos.

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