domingo, 13 de febrero de 2011

HAMPI HAMPI

Es un nombre alegre y divertido, el de Hampi; sin embargo el pueblo solo es apacible y tranquilo. Llegar a la parada de autobús es una gozada porque te apea en la avenida de los templos junto a la comisaria y así protegido de los cazadores de turistas te sientes recibido como los dioses bajando de los áureos carros. Esta avenida se convierte más tarde en un bazar que termina junto al imponente templo principal. Cuando lo bordeas por detrás llegas al pacífico y remansado río lleno de graníticos pedruscos redondeados y ruinas de antiguos templos entre las escalinatas donde los oriundos toman sus baños matutinos. La barca que cruza a la otra orilla tiene cabida para 10 personas pero se suben más de veinte y tres motocicletas. Cuesta 15 rupias pasar a la otra orilla.
En la otra orilla hay arrozales y numerosos alojamientos siendo el lugar donde se alojan los turistas. Alquilan bicis y hay un Internet o dos. Encuentro alojamiento, previo regateo, con vistas al río y a la barca que cruza. Tengo una hamaca a la sombra y moscas pesadísimas.
Por la tarde he entrado en el templo principal; por allí había dos vacas flacas; una se ha puesto a mear y la otra ha depositado sobre el sagrado suelo un pastelón de los suyos. Los turistas y peregrinos andamos descalzos porque es obligatorio dejar los zapatos fuera, y veo como van cayendo uno tras otro en la cacosa trampa mientras pasan mirando techos y columnas. Hay una elefanta que se llama Lakshmi atada con cadenas que te bendice con la trompa si le das algo de dinero. Supongo que si no le das y te sacas la foto de gorra te agarra del pescuezo y te pone boca abajo hasta que sueltes toda la calderilla.
Camino hacia los templos más alejados para ver el carro de Arjuna y el tipo encargado de la entrada me cuela por la mitad del precio bajo su manga ancha. Me aprovecho, pero no me gusta. Regreso por los pedruscos atardeciendo con la temperatura suave, y lo paso bien saltando entre "lingans" y "yonis" gigantes esculpidos en las piedras. Tropiezo con la parejita de Tenerife y nos vamos a ver una ceremonia rara que nos encontramos en un camino donde tiran cosas y flores a un altar rodante que se atasca cada dos por tres y que causa gran desconcierto en los desconcertados indios tumultuosos.




Me dicen de subir a un pedrusco y ver el atardecer pero me tiro en la hamaca de mi cuarto protegiéndome de los mosquitos con repelente. Desde allí veo la barca cruzando en sus últimos viajes a los rezagados pasajeros de la jornada, impulsada por su motorcillo petardeante . Los días van cayendo entre la ligera brisa y ese sol permanente en lo alto.




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