viernes, 18 de junio de 2010

SOZOPOL

Pasan los días de Junio en el turístico balneario playero de Sozopol. Me siento afortunado de haber dado con la casa de Sasho Hristov en la península del casco antiguo, llena de casas de madera y suelos empedrados para que las búlgaras con tacones de aguja jirafeen atronchadamente. Mi habitación es preciosa y tiene balcón.  Aquí me quedo los días viviendo una especie de rutina que consiste en ir a la playa, tomar algo en terrazas de primera linea a precios ridículos y envolverme en la quietud de mi cuartito. Tengo las energías bajas y necesito que pasen estos días molondros. Me voy acostumbrando a oír Modern Talking y a los Gibson Brothers para desayunar y ya salgo con mis gafas de sol oscuras, como todos los demás. Abandono libros decepcionantes en las mesas de los cafés y me libero de esa carga. Hay maquinas de dar puñetazos en el paseo marítimo ..jo! El misterio de las voces vulgares...Extraño lugar este para varar. Siento que no estoy alineado con el orden cósmico, como si todo lo bueno pasara a mi alrededor, al otro lado, en la otra calle, en el otro chiringuito...en el otro planeta; y al volverme no llegara a tiempo de vivirlo llegando siempre tarde. Me replanteo las cosas y no llego a conclusión alguna. Doctor, ¿que me pasa? Me compro una caja de bombones y una botella de vino tinto de la tierra. En la noche solitaria me los voy zampando y bebo a morro de la botella, pero no la acabo porque no pretendo embriagarme, solo darle a los sentidos una oportunidad para sacudirse o desvanecerse. Me sienta bien y ya me veo recargado de nuevos bríos. Pero es de noche y toca dormir. Mañana salgo de aquí como sea; la nave nodriza ha sido atacada ya está reparada. Vuela a otros territorios. Ya es viento de irme; el mar se encrespa,


y yo también.

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