sábado, 12 de junio de 2010

SOFIA- PLOVNIV

Voy a salir de Sofia y camino en dirección al tranvía número 7 que te apea en la estación de tren. Voy bien encaminado pero entro en una tienda a fisgar algo y cuando salgo lo hago por otra puerta. Ya voy mal sin darme cuenta y cuando subo al tranvía con las mochilas parto en dirección contraria a mi destino. Este país me quiere retener contra mi voluntad, por algún mal karma. Voy viendo los suburbios cada vez mas desangelados y ni rastro de la estación principal. Una mano golpea mi hombro y giro arriba la cabeza para ver a una señora horrible que me pide el billete. Se lo doy, lo mira, lo palpa pasando el dedo por la superficie y me dice en cirilico que tengo que pagar una multa.¡Toma ya! Me indica una especie de cenicero roñoso colgado de una ventanilla y luego va ella y allí lo perfora. ¡Asi! Le digo que no pago nada y me dice que va a llamar a la poli. Le digo que llame a quien quiera. Tiene cara de vinagre, de carcelera de un frenopático de la otra era oscura, un residuo de los viejos tiempos. Me apeo en la siguiente y ella conmigo. No quiere soltar a su presa. Me las piro caminando calle arriba. Cuando un ciudadano me informa de que voy por mal camino (como siempre), me cambio de calle y espero al tranvía que vuelve. Espero no encontrarme con la tipeja agria. Deshago todo el camino pasando de nuevo por sitios ahora conocidos y llego a la estación justo a tiempo; a tiempo de perder el tren.
La conductora del tranvía, por cierto, se gano el puesto en un concurso de bofetadas derrotando incluso a varios oponentes masculinos. La gente que trabaja para el estado y cosas afines tienen esa mala pinta burócrata amargada del régimen  y quienes lo hacen en el sector privado, más alegría. Al final consigo llegar a Plovniv, que esa era la cuestió

n.

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