miércoles, 31 de marzo de 2010

NUWEIBA

Buzos embutidos en trajes rotos de otra época yacen varados en la orilla relamidos por las olas y comidos por las moscas. Perros vagabundos al sol descansan las lenguas frente al mar con miradas perrunas y ojos caídos oteando el aburrido horizonte. Judíos errantes pasean tripa y florido bañador en alienados paseos por la desierta orilla. Los móviles de metal suspendidos del techo de paja del restaurante suenan al viento, cling-clang-cling-clang, sin hallar respuesta. Dorado mango juice helado en mi mano bajando gustosamente gaznate abajo.
Esta mañana he desayunado en el colchón medio pan de jengibre que elaboran unos caducados hippyes de California por aquí abandonados; a mediodía me he zampado el otro medio pan de zanahoria. Con algo más de luz y más despierto me he dado cuenta que allí habitaba una colonia de diminutas hormigas y lo he tirado; deduzco que me he comido a la otra mitad de la comunidad con el de jengibre sin darme cuenta. Vaya desayuno.
Por la noche encendí la linterna y vi con horror que la mosquitera estaba llena de mosquitos por dentro esperando su momento. Les tengo atrapados pero por dentro. Salgo a que me de algo de aire y paseo bajo la luna. Cuando regreso pongo bien la mosquitera y concilio el sueño.
Mi cuerpo agradece los estiramientos en la duna. Aguas calientes y arena es lo que hay. Leo los estupendos cuentos de Mark Twain y pienso que me voy de Egipto sin ver las pirámides  después de todo un mes en este país. Y no me importa.
Salgo hacia el puerto y entro en el ferry rápido que cruza el estrecho de Aqaba hacia Jordania. Todo el santo día esperando para tres horas de travesía. A la otra orilla llego de noche y el torpe agente de inmigración me desgarra el pasaporte. Las hojas separadas del lomo. Como ahora tengo el pasaporte roto no me quieren sellar la visa de entrada; alucino. De noche, solo y en un puerto sin otras opciones. Por fortuna hay un poli majo que me lo remienda con celofán y a la tercera intentona, porque todos lo seguían rechazando,(sospecho que porque esperaban de mí una mordida) un agente se apiada y me estampa el ansiado sello; ya puedo entrar en el país. La pareja argentino- mejicana ha sido muy amable esperándome y han cuidando de la mochila. Con ellos negocio un taxi hasta Wadi Musa o Petra y viajamos de noche por una buena carretera dos horas en este país de Jordania para llegar finalmente a nuestro destino y encontrar que todos los hoteles están llenos. Pasada la medianoche y cansado al final me tengo que alojar en un hotel caro. ¡Me lo merezco, que leches!

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