miércoles, 17 de marzo de 2010

EL NILO EN FALUKA

Feliz y contento bajamos por el Nilo en zig-zag buscando un soplo de viento que hinche las velas en las horas centrales de la tarde. Somos en total 9 personas: una filipina, dos japonesas, un chino, una parejita maja de Valencia y dos alemanes sacados de un frenopático y que aun padecen los efectos de la ultima fiesta tecnotrónica en Thailandia. El larguirucho de rostro indefinible, aniñado y femenino pero deformado por las drogas parece una caricatura, ladra y hace ruidos sin venir a cuento. Y es cierto que se ha escapado de un psiquiátrico. Viaja con los 1400 euros de pensión del gobierno alemán y con su único amigo en el mundo...
El capitán se llama Ayman y es un joven de 26 años con un corte en la mejilla a quien no le dejaría la bici para dar una vuelta. Dando muestras ante nosotros de saber manejarse en el mar se arroja de cabeza al agua desde la borda...con el teléfono móvil en el bolsillo. No contento con la proeza repite zambullida algo más tarde como para resarcirse y sacudirse el ridículo. Justo entonces llega una ráfaga de viento que empuja la nave río abajo, Ayman levanta los brazos, nada con ellos, y la nave que se desliza va dejándolo atrás. Casi se queda sin resuello nadando hacia nosotros. Afortunadamente su marinero Trud se hace al timón y vira el barco a su rescate partiéndose de risa. el capitán ya ponía carita de angustia y chapoteaba con los brazos abiertos cuando logró asirse a la borda.
La verdad es que todo esto y las eternas discusiones que mantiene por el otro teléfono demora la partida e intranquilizan lo suyo. Aquí, entre está gente maleada no sabes si ni siquiera la barca es realmente de ellos y temes que todo sea una estafa elaborada de las muchas que aquí se dan con los turistas.
Cuando atardece y el paisaje ribereño se llena de palmeras y algo de ganado Ayman coge un pandero y se pone a cantar en árabe. Entramos en trance absoluto. Los dos temas duran 20 minutos cada uno y resultan ser hipnóticos a más no poder. Es un momento mágico mientras la faluca se desliza en silencio. Después cenamos comida vegetariana a la luz de un candil artesano elaborado con una botella de plástico recortada. Pasadas las 9 de la noche, con las primeras estrellas asomando en el cielo atracamos en una orilla junto a un poblado nubio.
Paseando por el poblado entro en conversación con un anciano muy amable y hospitalario que me invita a visitar su casa y tomar té. Decido ir a buscar a Marta y Juanma para compartir esta experiencia con ellos y en esa casa pasamos una breve velada con esa familia, entre bellas mujeres nubias, que lo son. Recostado en la faluka contemplo las estrellas y por un momento largo e indeterminado en el tiempo ya no me hago más preguntas porque no existen las respuestas.

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