domingo, 29 de noviembre de 2009

ADELANTE

Se acaba la etapa tibetana y me encuentro algo triste cuando me percato de que el movimiento llama a mi puerta. De nuevo todo vuelve a vibrar como al principio: la señora del Gaakyi desde la puerta del restaurante; mi mendiga favorita, Lakshmi, con su permanente y dulce sonrisa y sus ojos negros danzarines y brillantes pidiendo con la mano encogida; la cartelera del Lhamos Cafe con las pelis de temática tibetana y su salón donde tirarse en los cojines y cenar en buena compañía; las organizaciones de voluntariado; el valle del Kanga extendiéndose al fondo y todas las estrellas desde mi terraza; las ruedas de oración girando; las manos anónimas que encierran fervorosamente los rosarios de cuentas de oración; los puestos callejeros de momos, los de artesanía, de recuerdos... El flautista de sutiles dedos y melódicos trinos; el shawl de lana que me regala Sonam, mi alumna aventajada, que pronto irá a reunirse con su marido en Barcelona; la llamada desde Delhi del monje Jampa, que resulta se un "guese" o maestro de la doctrina budista, agradeciendo las clases; el contagioso y benigno ambiente de Mc Leod Ganj. En fin...
Hago la mochila que ahora pesa demasiado y la plantilla del Green Hotel me regala el llavero de mi habitación para que tenga un recuerdo. Me subo en el horrendo autobús que llaman "de lujo" y mirando la mugre del cristal comienzo a sentir una sensación acuciante recorrer mi cuerpo. Parece susurrar y oigo que me dice algo sugerente que me anima: " Rishikesh, Rishikesh", y descogoyuntandome el cuerpo por completo el autobús se desplaza y avanza haciendo sonar la estruendosa bocina, como el barrito de un elefante reconvertido por la acción del Karma o de los Dioses en un achacoso y vetusto transporte que me lleva...








hacia el Sur.

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