lunes, 29 de diciembre de 2008

HEY ¡¡¡

Me calcé los zapatos del otro hombre y entonces comencé a conocerle. Era un mago de los mares irlandeses y un excelente tratante de ganado. Le gustaban las jovencitas y sus juguetes y se ruborizaba bajo un cerezo en flor. Pisaba un poco mas con la pierna derecha porque sobre ese hombro cargaba todo su amor. Tocaba la balalaica y fumaba una pipa eterna por lo que veía el mundo a través de una bruma aromática de tabaco. Vestía un capote largo y dibujaba preguntas en el aire. Mientras vivía en la silla mecedora apuraba el vaso de whisky hasta la ultima gota y cantaba canciones peregrinas. Casi siempre andaba contento con ambos pies porque era un gran tipo, de gran tonelaje; a pesar de que desplazara una gran carga. Las gaviotas se arremolinaban en torno a él con descarados discursos picantes y realizaban estupendas filigranas volátiles. A veces se mofaba de los pescadores de agua salada y emitía vitales risotadas inflando bien los mofletes rosados de barba roja. Siempre llevaba un catalejo y una armónica: Con el catalejo puesto del revés auyentaba los malos augurios o bien acercaba las buenas nuevas poniéndolo del derecho; y con la armónica se complacía en soplar los flequillos a los muchachos del puerto. Cuando se encontraba extraordinariamente fuerte se desternillaba de la risa ante los problemas que la vida le presentaba, pero cuando flojeaba y levantaba el morro hacia arriba, como sí un anzuelo le hubiera enganchado, ponía cara de sinsorgo y se quedaba mas feo que Apucio. Un día se dio un gran batacazo y le trasladaron al hospital. A la semana siguiente sonaban los violines, las campanas y los órganos. Cuando le enterraron con su capote le pusieron uno negros zapatos nuevos brillantes del lustre. Es por eso que ahora que me pongo sus viejos zapatos tragamillas que no paran de hacerme reír y cosquillas en los pies que le conozco tan bien.

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