lunes, 24 de noviembre de 2008

CUANTO CUENTO

Un honrado empleado de postas que vivía en un recóndito pueblo famoso por el vigor de sus pobladores tuvo un buen día que llevar en su carruaje de reparto al jovencito notario Eráclito Mensif recién llegado de la ciudad. El joven venía con la encomienda de redactar y dar fe a un testamento: quien lo solicitaba se moría: el viudo Gorgias. 
El anciano vivía en una cabaña alejada, sin luz eléctrica ni agua corriente junto a un hermoso riachuelo y un bosque de árboles centenarios:  robles,castaños, tejos... donde búhos, zorros, ardillas y bandidos trasnochados eran sus únicos vecinos. Cuando el carro llegó a la cabaña y se apearon llamaron en voz alta pero nadie respondió. Ambos se miraron en silencio y decidieron entrar. De una habitacion con la puerta entreabierta llegaban extraños sonidos y jadeos. Se acercaron intrigados y traspasaron el umbral temiendo encontrarse al anciano agonizando entre los últimos estertores. Con la mirada baja y los sombreros en las manos como se hace en estos casos para expresar cierta humildad ante la presencia de la muerte asomaron las cabezas viendo al viejo Gorgias yacíente sobre el lecho, con el rostro pálido desencajado, agonizante. Sorprendentemente sus ojos  negros brillaban intensamente, tanto que parecían expresar el gozo infinito y místico de los que se encuentran en comunión con su Dios. Al abrir del todo la puerta la escena que presenciaron el notario y el empleado de correos era, sin embargo, mucho más humana y carnal, pues a horcajadas una lozana y rubicunda hembra le cabalgaba desnuda con sus dos trenzas saltarinas al compás de unos pechos abundantes. Sin saber como proceder el notario se presentó dando las buenas tardes con un grave carraspeo y una tos forzada. El anciano pareció no inmutarse mientras la joven seguia a lo suyo con muy poca verguenza. El viejo Gorgias en pleno éxtasis le conminó con un gesto espasmódico de la mano a acercarse. El notario se apresuro; extrajo una carpeta anudada por un lazo y de dentro sacó un legajo de documentos cuyo contenido pasó a leer y que consistía en una sucesión de formulas protocolarias, de un inventario con las propiedades del testador y de las respectivas numeraciones registrales. Por último leyó la parte donde aparecía el nombre de la heredera universal:Ursula Böj. La rubicunda hembra sonrió al oír su nombre mientras continuaba ajena a todo pudor con el acto carnal. El joven Eráclito preguntó al señor Gorgias sí estaba de acuerdo con las disposiciones finales y el viejo asintió con un "si" salido de ultratumba, repitiendo esta afirmación una y otra vez y tantas veces como acometidas recibía por parte de la lozana hembra. El notario que había sido diligentemente instruido por su honorable, eminente y reputado padre Don Minervo Mensif, se aproximo para dar los documentos a firmar. Con mano tétrica y temblorosa el viudo firmó.
Queda decir que la firma fue muy diferente en forma y tamaño de la acostumbrada por aquél y que el garabato resultante no hubiera  sido dado como valido ante un tribunal de no haber sido realizado en presencia del joven notario que aun tragaba saliva y se llenaba de carraspeos al hablar dirigiendo miradas oblicuas cargadas de rubor y cierta morbosidad. Procuraba mantenerse impregnado de dignidad y aplomo y ser tan pulcro y eficiente en su tarea como había visto ser a su padre y maestro en el oficio quien ya le había advertido de la infinitud de situaciones embarazosas, extravagantes e incluso violentas a las que tendría que hacer frente en el desempeño de este cuando se tratase de herencias. El recuerdo de esta enseñanza le animó lo suficiente como para dar su trabajo por concluido y despedirse de la retozona pareja con las acostumbradas formulas de cortesía; aunque esta vez lo hizo caminando de espaldas a la puerta y las prolongó un poco mas a lo que era habitual en él aplicándose así en rizos discursivos que resultaban a la larga disparatados e inconexos.
Afuera esperaba el empleado de correos con aire indiferente, fumandose una pipa, ajeno a lo que adentro acontecía, como esperando a que todo acabara pronto para volverse por donde había venido. 

Sabía que en unos meses volvería a ver al notario, cuando Úrsula y él se casasen y se vinieran a vivir a la cabaña heredada. Porque así y de este modo fue como él y su amada Ursula Böj se hizieron con las propiedades del anciano y con algunos dineros con los que se proponían arreglarla.
No bien había subido Eráclito al carruaje cuando la rubicunda Úrsula apareció en la entrada arropada con una bata y cierto arrobo en la mirada. 
Don Eráclito tuvo esa tarde trabajo extra redactando el acta de defunción con la pareja de secretos amantes como testigos. Cuando todo hubo terminado ella vertió unas lágrimas sin que llegara a saber porqué. 

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