jueves, 17 de diciembre de 2009

ADIOS A LA INDIA

A las 5 de la mañana hace frío junto a la estatua de Lord Shiva y el auto-rickshaw sin aparecer: traición. Por fortuna aparece un taxi que me lleva a Hardwar a tiempo de tomarme un chay calentito con Nana que esta en la sala de espera desde hace media hora. Cuando llega el tren nos vamos a diferentes compartimentos. Veo que de nuevo me han engañado y viajo en el peor asiento cuando ayer le pague al tipo por uno mejor. Nunca aprendes a esquivar la estafa a pequeña escala de este país.El trayecto se hace en silencio. Los viajeros dormitan y de cuando en cuando los vendedores de comida y bebida aparecen con sus bandejas y termos gritando el producto abriéndose camino por los pasillos de los 15 vagones atestados del tren. 
Una vez en Delhi me dejo aconsejar por Nana para quedarme en un hotel de Pahargang que no está mal. Mientras comemos en un restaurante de una azotea con vistas al bazar me cuenta algo de su historia: es bailarina. Antes daba clases en Seul, antes de decidir echarse al monte con la mochila a la espalda. Cuando tenía 3 años se quedó invalida sin motivo aparente. Perdió la movilidad de todo su cuerpo. Los médicos no encontraban solución alguna y los padres terminaron gastándose todo lo que tenían llegando a vender la casa donde vivían. Tras tres años de desesperada e infructuosa búsqueda de un remedio se pusieron en contacto con un medico de medicina oriental que un amigo les presentó y le aplicó a la niña técnicas de acupuntura. Un día su madre amonestó a una vecina harapienta en la casa comunitaria en que ahora tenían que vivir, Nana lo vio y entonces, enojada, hizo un puño con los dedos de la mano...La energía de la rabia algo desbloqueaba.
El medico acupuntor aconsejó que no fuera a un gimnasio a recuperar la atrofia generada. Lo que le aconsejo fue otro tipo de ayuda: la danza. Desde entonces sigue aprendiendo y no para, la verdad. Ahora viaja sin ánimo de regresar a Corea.
Es curioso como la gente se destapa con historias que te amplían el horizonte de los juicios limitantes. El resto del día lo paso callejeando y comprando calzoncillos con bolsillo interior que son una ganga y además muy prácticos para llevar el dinero cuando se viaja en solitario.
Por la mañana llueve y el taxi que me lleva al aeropuerto esquiva con pericia los atascos. Me subo a un avión que pasaba por allí y navego por el espacio hacia Europa, sin gripe A, ni cagalera B. La India me ha gustado un poco más de lo que pensaba; quien sabe...quizás regrese.


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